Durante el proceso electoral del 2018 el joven periodista Alan Flores, fue agredido a golpes.
Por Alan Flores
Reportero del Diario el Independiente
La Paz, Baja California Sur.- Este 2020, cumpliré 5 de mis 29 años de edad ejerciendo como reportero. Desde entonces, han sido muchas voces las que me han advertido que “le baje tantito” en mis escritos y publicaciones para el periódico en que trabajo desde 2016, Diario El Independiente. Sin duda, nunca esperé que las agresiones por mi trabajo llegaran durante mi emocionante primera cobertura de las elecciones 2018, en México y Baja California Sur. Atendía todo tipo de denuncias, creyendo que con la poca experiencia que tenía, podía arreglármelas para desnudar lo más podrido de nuestro sistema electorero y salvar al mundo, sin salir raspado. Pero me equivoqué rotundamente y eso me sirvió de aprendizaje, sin duda.
Mi primera denuncia, la atendí con un video en vivo para Facebook. Logramos grabar parte del operativo de compra de voto previo a la elección, al interior del Sindicato Nacional de Trabajadores del Seguro Social, ubicado en la calle José María Morelos, en la colonia Centro de esta ciudad capital.
Al llegar, me topé que para poder ingresar a recibir un “apoyo” debías presentar credencial de elector, tenías que pasar y recibir un paquete con los logotipos de José Antonio Meade Kuribreña, candidato presidencial del Gobierno de México por el PRI y uno de los mejores amigos del gobernador panista de mi estado, Carlos Mendoza. Me metí “hasta la cocina” con apoyo de Miguel, mi compañero de cámara, en donde documentamos la zona de entregas, que después argumentaron los propios priistas eran totalmente “legales” por ser representantes de casilla del tricolor.
Lo sospechoso fue que no nos querían dejar entrar, cuando supuestamente “todo era legal”, a esta compra de apoyo que parecía ser exclusiva para gente necesitada. El momento viral del video fue cuando me enfrenté al guardia que se encontraba cuidando la puerta, un joven de aproximadamente 30 años, quien me solicitó de manera amable que me retirara, que no tenía por qué estar ahí. No acepté. Di unos pasos adelante y puse mi pie en la puerta para evitar que me cerrara la puerta en la nariz, lo que nos dio suficiente tiempo para la toma que necesitábamos. Luego de un forcejeo en la puerta, decidí retirarme cuando llegaron los refuerzos a apoyar al guardia. Si bien, no pasó nada en el plano de lo legal, ese video circuló por todo el país. Lo que no conté, fue que ese mismo día me sentí observado. Una patrulla de la policía estatal fue a preguntar por mí a la peluquería junto a mi departamento. Se me puso fría la piel cuando descubrí que posiblemente estaba siendo perseguido. Detonó mi paranoia.
VIDEO del 29 de junio:https://www.facebook.com/watch/live/?v=1152352531570102
Pero por otro lado, comencé a proponerme exhibir todos los operativos partidistas, sin importar el color, para advertir a la sociedad de la compra del voto. Obviamente los organizadores negaron todo, al buscar corroborar la información. Me quedé con ese sinsabor de haberme metido a donde tenía qué meterme, sin haber “finiquitado” el trabajo. Pero los reportes me seguían llegando, más frecuentemente, sobre la compra de votos y esa adrenalina periodística de reportero joven, me invadía el cuerpo cada vez que me llamaban. La última denuncia que atendí me llegó el 29 de junio, 3 días antes de la elección, por parte de un entonces candidato a regidor por Morena. Desde temprano, otras personas también me estaban denunciando lo mismo en ese lugar. Una presunta compra de voto, en la casa de la señora de nombre Alma Castro Aguilar, en la colonia Adolfo Ruíz Cortines. Alrededor de las 7, cuando el sol por fin se decidía a meterse, me insistieron en revisar lo que ahí sucedía. Sin embargo yo ya tenía todo mi material para esa edición. Mandé mis notas temprano y solo por no dejar, decidí darme una vuelta, pero luego que no conseguí que alguien me acompañara, decidí ir solo. Craso error.
Al llegar al lugar, estacioné mi carro lejos de la casa de la denuncia y me acerqué, de manera tranquila. Llevaba una camiseta de la selección mexicana, para pasar por vecino, pero quería hacer algunas fotos y retirarme.
Lo que había ahí supuestamente era una “fiesta privada”, pero al seguir observando me di cuenta que más bien era una simulación, porque no había ningún niño, claro, los niños no votan. Se trataba de un llamado “Operativo Piñata”, en el que los candidatos organizan una “fiestecita” para entrega de dádivas, en efectivo y en especie, a los vecinos de un lugar o colonia determinada. Entonces decidí averiguar quién era el responsable de la casa, por lo que pregunté si podía entrar a una de las personas que ahí se encontraban, quien me dijo que tenía que hablar con “su tía” para preguntarle si podía ingresar o no.
Justamente apareció la tía, que algo fue a recoger de su automóvil en la vía pública. Cuando me acerqué a preguntarle si podía entrar a su domicilio a ser parte de la “fiesta privada”, lo que me respondió fue “¿Tú quién eres?” y luego dijo “¿Quién te invitó?”. Mi error fue no grabar nada. Mi error fue no ir acompañado y no uniformarme debidamente para que me identificaran como miembro de la prensa. Entonces la señora se dio cuenta que estaba sacando mi teléfono para empezar a capturar la imagen, en ese momento. “Ah, eres ese reporterillo”, dijo y fue entonces que me lo arrebató con una violencia que me impresionó, al provenir de una mujer delgada, de baja estatura y con un rostro aparentemente amable. Inmediatamente le solicité que me devolviera el teléfono, un Samsung Galaxy A8 (al que todavía sigo abonando tras comprarlo a crédito) le dije que estaba trabajando para un periódico, haciendo un reportaje por la denuncia de compra de voto. Ella decidió no regresar el aparato y me acerqué de manera instintiva para tomarlo por mi cuenta. Sentí por la espalda una llave al cuello. Me propinaron una verdadera golpiza entre alrededor de 7 personas para quitarme mis cosas, en las afueras de la fiesta. Estas personas estaban listas para todo, porque se apostaban en las esquinas, observando a la gente que pasaba y con celulares en mano, hacían señales y estaban bien comunicados. Vino el primer golpe en la cara y solté además otra grabadora marca Sony UX560F, todavía encendida, que llevaba conmigo. Entre todos me sujetaron y tiraron al piso y seguían golpeándome en todas partes hasta que dije, “ya déjenme ya me quitaron todo” con un grito que me dolió en la garganta.
Entonces se detuvieron y entraron rápido al domicilio, dejándome solo, tirado en el pavimento, ensangrentado de un brazo, con un labio abierto y un dolor que me hacía cojear de mi pierna izquierda. Se llevaron mis pertenencias al interior de la casa. Pudieron haber apagado el teléfono o tal vez lo destruyeron. Nunca lo sabré.
En ese momento, el frío de mi sangre se tornó en un salvaje hervor. Estaba furioso. No me cabía duda que estaban cometiendo ilegalidades y ahora la impotencia, no sabía qué hacer. Inmediatamente observé a una patrulla que se acercaba, del “Mando Mixto”, número SPM-123 (fácil de recordar por cierto) luego de ser violentado y robado. Me acerqué con la confianza de que los elementos están obligados, por ley, a ser los primeros respondientes ante la comisión de un delito, como el que me acababan de propinar: robo con violencia y lesiones. Cuando llegaron, me acerqué a ellos y les mostré mis heridas, comencé a explicarles mi situación, el robo, quién era, dónde trabajaba, por qué estaba ahí. Posteriormente, los agentes fueron interceptados por otro joven de unos 35 años, que llevaba en sus manos una credencial del gobierno de BCS, específicamente de la Secretaría de Salud. Se la mostró al guardia. La observó por unos minutos y cuando yo pude verla, porque estaba parado junto a la patrulla, el agente decidió taparla para que yo no pudiera leerla. Le regresó su identificación y se metió a su casa. Yo nada más pregunté “¿y qué pasó con lo mío? Me robaron y me golpearon”. El de la credencial dijo “Tú viniste a provocarnos y agrediste a la señora”, lo cual era totalmente falso.
Los policías me voltearon a ver y me preguntaron entonces si venía drogado, o qué asunto tenía yo ahí. También me estuvieron preguntando si Eso ya lo había explicado. Pero entonces la actitud de los elementos cambió totalmente como si se tratara de mí al que acusaban de un delito.
Nunca me sentí tan solo. Esos 5 minutos me parecían años. Se me bajó cualquier “calentura” en mi cuerpo y comencé de nuevo a sentir gélido el ambiente en pleno junio. Sentí mucho miedo. Pensé que tal vez podrían llevarme, o quién sabe, a veces estas cosas no terminamos de entenderlas. Se fueron y me dejaron solo. Grité hacia adentro de la casa para que me devolvieran mis cosas, pero solo se reían de mí. Me amenazaron que me iba a ir “peor” si no me retiraba. Me invadió el coraje y decidí ir a buscar a mi equipo de trabajo que en ese momento, alrededor de las 8 y media de la noche, estaban cerrando la edición del día siguiente. Llegué tocando la puerta de metal del periódico de manera insistente y me abrió uno de mis compañeros que se dedican al diseño y armado del diario, “¿Qué te pasó?”, dijo asombrado. Ni alcancé a decirle bien que me habían agredido por atender una denuncia, cuando le pregunté por mi jefe, Cristian Carlos, que en ese momento estaba en su despacho cuando abrí la puerta y vio en el estado en que me encontraba. Inmediatamente le pedí prestada su computadora para hacer un formateo de mi teléfono de manera remota y sacar las ubicaciones GPS de la última ubicación de mi celular. Obviamente, se “apagó” o mejor dicho, lo apagaron al interior del domicilio de la señora, exactamente a las 8:33 de la noche.
Ubicación GPS del dispositivo celular del Reportero, Alan Flores.
Inmediatamente regresamos al domicilio para hacer una transmisión en vivo y lograr que las patrullas que se habían ido sin atenderme, regresaran a levantarme la denuncia y dejar en evidencia la “fiestecita” o lo que quedaba de ella.
Dejé de sentirme solo. Me sentía furioso, sentimientos encontrados que explotaron durante esa transmisión que también fue viral. Estaba en calidad de víctima y mi jefe, trataba de calmarme mientras conducía la nota. De hecho no he tenido el valor para volverla a ver completa. A veces tiemblo y me vuelven los recuerdos. Gracias a ella pudimos llamar la atención de las corporaciones policiacas, hasta del Reportero Urbano, así como otros compañeros y colegas que empezaron a difundir la noticia, mientras los ocupantes de la casa seguían burlándose de mí y negándolo todo.
Llegó el comandante policiaco de turno, a quien solicitamos levantara el Informe Policial Homologado (IPH) casi casi de manera obligatoria, mientras seguían llegando patrullas al lugar. La señora que nunca quiso salir de su casa, no dio la cara y obviamente no entregó mis cosas. No me atendieron en el Hospital Juan María de Salvatierra, no me quisieron atender tampoco en el Sanatorio María Luisa de la Peña ¿por qué? Decían que no podían hacerme la revisión para llevarla ante las autoridades, ni firmarme ningún dictamen. Tuve que irme a casa a limpiarme yo solo mi herida. Hice todo público a través de internet en ese momento y además, me acompañaron amigos y mi jefe a interponer una denuncia en la Procuraduría General de Justicia del Estado (PGJE) que quedó asentada en el expediente LPZ/5226/2018-NUC y también acudí a interponer denuncia ante la Procuraduría General de la República (PGR), bajo el número NA/BCS/LPZ/0000611/2018.
Por el actuar de los policías interpuse también la queja CEDH-BCS.DQ-QF-LAP-200/18 ante la Comisión Estatal de Derechos Humanos (CEDH) después de pasada la elección. No quería que se diera uso político a mi agresión. La única y última comunicación que tuve con la organización Artículo 19 fue ese mismo día, para notificarme que estaban al tanto de mi situación. Sin embargo, desconozco por qué, desde ese día ya no me hicieron caso cuando pedí que me incorporaran.
Lamentablemente, los archivos se empolvaron, a pesar que aporté una memoria llena de imágenes, videos, ubicaciones exacta, hora, fecha, lugar y por el simple hecho de que nadie quiso testificar sobre lo sucedido, me quedé sin justicia alguna. La CEDH me notificó que la patrulla que se negó a atenderme “no existía” en el inventario de la Policía. Como si nada hubiera pasado. El suceso, sin duda, me dejó muchas enseñanzas. Desde entonces pertenezco de manera activa al Mecanismo de Protección a Periodistas de la Secretaría de Gobernación (Segob), cuento con un número de emergencia directo con las fuerzas federales y además, cada cierto tiempo le envían un oficio a los gobiernos municipal y estatal, para notificarles que estoy en el mecanismo. Ahora sigo protocolos de seguridad, utilizo georreferenciación de mis ubicaciones visitadas y me mantengo en contacto permanente con mi familia, sobre todo si voy a dar cobertura algún hecho sensible.
Pero investigué más. Alma Castro es hermana de un expresidente municipal, Rosendo Castro, suplente de Leonel Cota Montaño cuando fue a buscar la gubernatura en 1999. Además estaba bien conectada con la policía, porque obtuve videos de parte de otras personas que investigaban estos ilícitos, que eran tratados con groserías y con amenazas de “hablar a la patrulla”. Obtuve más datos del operativo que se montó, para que la considerada “líder de colonia” se fuera inclusive del país después de agredirme.
Reunión de Víctor Castro y Alfredo Porras en casa de Alma Castro.
Ella difundió versiones de que yo la había golpeado, que yo estaba mal de la cabeza, de todos modos no me bajaban de “chairo” cuando recién me habían robado. Su versión planteaba justificar el robo que cometió porque según ella, me metí a su casa. Si el problema inició cuando le pedí la entrada. Fui informado que ese 29 de junio, ya prohibida toda actividad electoral por la cercanía de la elección, en la casa se encontraban los candidatos a la alcaldía de La Paz y a la diputación del distrito II, Saúl González (exdirector de Tránsito Municipal de la exalcaldesa Rosa Delia Cota Montaño) y César Juárez Castillo (en ese momento regidor del Ayuntamiento con licencia).
Se me notificó que además de trabajar para el PVEM en la compra de simpatías, en esa casa guardaban una estrecha relación con el gobierno municipal del Partido Acción Nacional (PAN), en ese entonces encabezado por el alcalde Armando Martínez Vega. A través del tesorero, Raúl Adrián Calderón Jordán, dada su cercanía tras laborar juntos al frente del Instituto Sudcaliforniano del Deporte (Insude) en el gobierno de Leonel Cota Montaño. Tuvo que decir el propio alcalde el día de la elección que los policías estaban “al margen” del proceso electoral. Nada más falso, creo yo. Con imágenes que me compartieron de mi transmisión en vivo, la propia gente identificó sus vehículos; el primero un pick up, color blanco número de placas CL-93-900 y un vehículo pick up color negro, marca Ford sin distinguirse placas.
Ninguno de ellos ganó la elección. Inclusive en una charla que tuve con el dirigente estatal del PVEM, Alejandro Tirado, se deslindó de las acciones de sus compañeros y me ofreció una solución, al menos al robo de mis objetos, que tampoco llegó. Fue triste, porque también ellos eran mi fuente y la cobertura que les di como partido, considero la hice de manera imparcial y sin minimizar sus participaciones, a pesar de ir solos a la elección, sin alianzas, no hubo una sola palabra de solidaridad por mi acontecimiento y mucho menos reposición del daño.
De izquierda a derecha, Alfredo Porras, Diputado Federal y Víctor Castro Cosío, Coordinador de Programas Federales en B.C.S. Se tomaron una fotogradia en la casa donde fue agredido el reportero Alan Flores.
Lo último que supe de esa casa, en fechas recientes, es que se organizan reuniones entre militantes y simpatizantes de Morena; inclusive hay una foto icónica entre Alfredo Porras (PT) y Víctor Castro (Morena), diputado federal y representante del gobierno de Andrés Manuel López Obrador, respectivamente, en donde aparecen dándose la mano, en un fondo de ladrillitos y de paredes verdes, de esa casa en la que me agarraron entre 7 personas a golpes.
Alguien tiene que hacer el trabajo “sucio” ¿verdad?
Agradezco a quienes en todo momento hicieron patente su respaldo y en este día de la libertad de expresión, también reconozco a Tres Seis Cinco, por el esfuerzo de sacar estas historias, que reflejan algunos de los obstáculos que los reporteros tenemos que enfrentar, al momento de narrar un suceso.
La enseñanza más grande de esa vez: Ninguna nota vale las lágrimas ni el dolor de mi familia.