7 De Junio

  • 7 De Junio

    Adrenalina y riesgos de buscar la noticia

    Tres Seis Cinco

    Adrenalina y riesgos de buscar la noticia

    Por Tres Seis Cinco MX el 07 de Junio de 2020
    Foto: Tres Seis Cinco



    Los riesgos de buscar una noticia. En medio del caos la adrenalina te puede cegar en la busqueda de informar.

    Por Arturo Nieves
    Reportero del Periódico digital Palabra BCS

    Mi historia no tiene nada que ver con los grandes gladiadores de la pluma. Del celular, se diría actualmente. Anécdotas, peripecias y situaciones de peligro, claro que las ha habido. Pero también el periodismo me ha dado momentos de grandeza, por la trascendencia de lo que he publicado; de reconocimiento, por quienes alguna vez me ofrecieron un trabajo y de aprendizaje, esto último que para mi es lo más valioso, por el conocimiento y la experiencia adquirida.

    Debo confesar que mi vocación periodística fue una especie de asonada contra mi espiritualidad musical o como se le quiera llamar a mi inquietud por ser músico. Y es que fue la música la primera que captó mi atención, a mis 12 años. Algunos ayeres después, lo recuerdo como si fuera antier. Parado en la sala de la casa de una tía, veo por primera vez a The Beatles en blanco y negro, cantando Get Back, en aquel mítico concierto en la azotea del emblemático edificio de Abbey Road y un choque eléctrico sacudió mi ser. A partir de ahí busqué todas las formas posibles de ser músico, incluyendo cazuelas de cocina, pocillos, latas y guitarras destartaladas. Con muchos sacrificios logré entrar a la estudiantina de la secundaria. No sé si fue cosa del destino o mi mala pata, pero el año que ingresé a la estudiantina, ese mismo año desapareció.

    Agüitado y todo, me extravié en el desconcierto y la tristeza, hasta que se me atravezó la raquítica biblioteca de mis primos. Por primera vez supe lo que era leer sin dibujitos. Mis primeros pasos fueron las aficiones de mi tío: los libros de bolsillo de Marcial Lafuente Estefanía, donde se narraban grandes aventuras del viejo oeste. Me los devoraba en una sentada y quería más. Ahí fue donde empecé a descubrir lo poco que guardaban mis primos, además de sus libros técnicos de la prepa, que no me interesaban. La primera novela en forma que me engullí fue nada más y nada menos que El Último Tango en París, de Robert Alley, que, caso curioso, está basado en el guión de la película del mismo nombre, contrario a la costumbre actual de que la película se basa en el libro.

    Total que para la época y mi edad, eso era dinamita pura, porque si algo significó a la película, interpretada por Marlon Brando y María Schneider, fue el grado de erotismo que manejó, ya que incluía una escena de sexo anal. Debó confesar que mucha de la narración del libro no la comprendía muy bien, porque eran mis pininos en las grandes

    ligas de la lectura, así que por ese lado, la parte sexual fue más confusión que trauma o placer. Pero el siguiente ejercicio lo entendí un poco más, y también tenía que ver con sexo (en las cosas que andaban mis primos). Fan Club, de Irving Wallace. Genial. Trata de tres fracasados que se conocen en un bar, mientras ven en la televisión del lugar, a la estrella de cine más cotizada del momento y planean su secuestro para violarla. El desenlace se los dejo de tarea, pero está emocionante y créanme, no es lo que están pensando.

    Y así, cada vez más me fui enfrascando en la lectura. Desde luego que mi intelecto no me daba para apuntar a los clásicos, así que enloquecí con Ignacio Manuel Altamirano, Mariano Azuela, Vicente Leñero, Octavio Paz, Gabriel García Márquez, Maria Cardinale, Mario Puzo, Patrick Suskind, Milan Kundera, Franz Kafka, Viki Baum, y muchos más, que embriagaron mi alma. Y fue ahí donde la puerca torció el rabo, como dicen en mi pueblo, porque entonces empecé a leer revistas y periódicos.

    Mi ingreso al periodismo se los dejaré para otro aniversario de la libertad de expresión, pero créanme, está bueno. Digno de una novela, já. Pero sí les platicaré de mis segundas ocho columnas. Las primeras son también otra historia, porque tiene que ver con la violencia del narco, allá por los años 80s, lo que en parte cambió el rumbo de mi vida. Pero mis segundas ocho columnas se refieren al momento en que mi director me dice en el periódico: "Busca a un fotógrafo y lánzate a Las Choapas...la gente está quemando la ciudad; ahí está el vehículo" y me aventó unas llaves. El sitio, lo más al sur del estado de Veracruz, casi en los límites con Tabasco. Como una hora de trayecto. Solo el fotógrafo y yo. Recordemos que son tiempos en que no existe internet.

    Salimos de la carretera federal y tomamos el acceso a la comunidad, de, no sé, unos 30 mil habitantes. No recuerdo bien, serían unos diez kilómetros para llegar o más. Pasamos un puesto miliar, sin soldados. Casi anocheciendo llegamos a la entrada del pueblo, que es al mismo tiempo la zona centro y lo que veo me deja impresionado, como nunca más volví a ver. La gente volcada en en las calles, humo, lumbre y gritos por todos lados. El caos reina y no hay quien lo controle. Y obvio, me llegó esa extraña sensación que invade al periodista cuando saborea una nota de poca madre. Mi cuerpo se estremece y mis ojos se abren a tal grado, que parecen querer arrastrarme hacia la multitud, para llenarme de información. He olfateado la presa y no la pienso soltar. Hay que devorarla de manera encarnizada, brutal y desconsiderada. Del lado derecho, la Presidencia Municipal, un edificio de dos pisos, envuelto en llamas. En la plaza y en las calles, patrullas policiacas y vehículos oficiales, ardiendo a todo lo que dan. Pasando la calle de la plaza, una vivienda arde y es saqueada por los ciudadanos. Se trata de uno de los domicilios del líder sindical petrolero. Pero más allá hay otras residencias, de más

    líderes petroleros, incendiadas y saqueadas.

    Mi cuello casi parece el de Linda Blair en El Exorcista. Volteo para todos lados y en todas partes hay algo que contar. Así fue como me tocó ver uno de los casos más inverosímiles de un saqueo. Un cocodrilo, amarrado del hocico y las extremidades, era cargado por unos sujetos. Luego me enteraría que lo habían sacado del estanque de la casa del líder en cuestión. Lo demás es imaginable: refrigeradores, camas, estufas, macetas, herrería y bueno, eso parecía venta de garage. Todos los enseres van de un lado para otro, en manos de los inconformes, para avituallar sus casas.

    Más al fondo estaba la tienda de consumo del sindicato petrolero. No sé si todavía existan las cosas como yo las conocí. Esas tiendas eran como las del Issste, dizque para darle más barato a los agremiados, pero mentira, si acaso unos cuantos pesos menos, pero no quedaba de otra; era la única opción para los sindicalizados. También era saqueada por la turba. El fotógrafo, Carlos Heredia, se daba vuelo imprimiendo fotos con su cámara, pues recuerden que no existían los celulares. Yo me infiltraba entre la gente y escuchaba opiniones. Reporteros de otros medios ya estaban ahí y otros seguían llegando. No había facebook live como para seguir la trasmisión en casa. Mentadas, gritos de ¡fuera!, ¡fuera! y hasta de ¡mueran! se podían escuchar. Era complicado caminar entre la muchedumbre, hagan de cuenta el carnaval de La Paz en domingo. El punto era que no querían al presidente municipal, es decir, lo mismo de siempre, pero como ahí todo lo decidía el sindicato petrolero, pues la agarraron contra todo lo que oliera al oro negro. Lo que impresionaba era el nivel de hartazgo social y la manera de organización, que llevó a la movilización, sin necesidad de grupos de whatsapp.

    Todo iba bien. La nota saldría genial. "Mínimo la de ocho", nos decíamos los reporteros cuando nos alcanzábamos a identificar en la oscuridad, en ese ir y venir. Pero uno de ellos, de la radio, no cruzó, sino que se me acercó discretamente y me dijo alterado algo así como "¡Jálate a tú fotógrafo; me dijeron que vienen sobre la prensa!...el pedo es que no quieren que aparezcan sus fotos...y andan armados". Ups, sentí como mi cuerpo se estremecía. La fiesta se había acabado. Había que cambiar el chip de los nervios. El de la nota triunfal, era sustituido por el del miedo a la agresión física. Otra vez mis ojos se encienden, pero ahora de temor a quedar ahí, tendido, en medio de la calle, con el abdomen atravesado por un cuchillo o una bala. Como puedo avanzó entre la gente, buscando a mi fotógrafo. Me desespero. Mi cuello de Linda Blair ya no busca ángulos, hechos, situaciones. Busca cómo salir de ahí sano y salvo. La fortuna me sonríe; el fotógrafo viene a mi, emocionado "¡no mames cabrón...qué pedo con esto!". Con su cámara en lo alto me dice que va a otro sitio a hacer otras tomas, pero lo detengo. "No güey, tenemos que irnos...me pasaron el tip que la van agarrar contra nosotros".

    "Neta!!...vámonos", responde al instante, mientras cubre la cámara con su chamarra. El vehículo lo habíamos dejado a la entrada de la calle, a unos 40 metros de donde estábamos. Avanzamos en medio del gentío. Cuando alcanzamos la orilla o la parte donde estaban los mirones, es decir, gente que sólo estaba de espectadora, la sensación de terror fue mayúscula, ya que algunas personas nos decían alteradas, pero casi en un murmullo "¡váyanse!, ¡rápido!" y agitaban los brazos para que apuráramos el paso. Apanicados llegamos al vehículo, un pick up Ford, algo destartalado, pero pasable.

    Conducía el fotógrafo, pero nervioso y desesperado me pide las llaves. "No las tengo, las tienes tú". Busca en su pantalón y las encuentra. Las coloca en el encendido, gira y nada, sólo un ligero chasquido del motor. Otro intento y nada, el motor no enciende. Todavía me atrevo a murmurar “pensé que esto pasaba sólo en las películas”. Afuera la gente más desesperada nos pide que nos vayamos. Al tercer intento el vehículo finalmente arranca. Pero todavía viene la parte de que hay que maniobrar la unidad para para acomodarnos de frente, porque nunca previmos dejar acomodada la pick up en posición de salida. Entonces los gritos ya son más intensos de la gente "¡ya váyanse!", "¡ahí vienen!" y ruuuummmm!! salimos a toda velocidad hacia la carretera. Apenas habíamos avanzado unos cincuenta metros, cuando detrás de nosotros se desprenden dos vehículos con gente abordo, que se deja venir a gran velocidad. El fotógrafo le pisa la chancla y aunque en forcito está algo traqueteado, parece sentir nuestro miedo. Mil cosas pasan por mi cabeza: "y si se poncha una llanta", "y si se acaba la gasolina", "y si nos disparan", y muchos "y sis" más. Pero también pensamos que podrían ser compañeros de otros medios. Fildeo por el vidrio trasero. El fotógrafo apenas alcanza a ver por el retrovisor. Nos acordamos del cuartel militar y acordamos pedir ayuda ahí. Unos kilómetros adelante lo divisamos. Nos detenemos con el motor encendido, aprovechando la ventaja que ya le sacamos a nuestros perseguidores, que al parecer traen vehículos más jodidos que el nuestro. No nos dejan pasar y nos dicen que no hay nadie que pueda atendernos. No podemos averiguar mucho, porque nos vienen pisando los talones. Nos arrancamos nuevamente y a lo lejos, vemos que los vehículos ya no avanzan y por el movimiento de las luces, nos damos cuenta de que están regresando. "No eran los cuates", alcanzo a murmurar. Al fin llegamos a la carretera, sanos y salvos. Todo ha pasado. Respiramos hondo y regresamos callados al periódico. En la redacción, quisimos platicar todo lo acontecido, pero aire era lo que faltaba, por la emoción. "Chíngale, chíngale entonces...a mover esos deditos", me ordenó el director y me dirigí a la vieja Olivetti y ahí fue donde plasmé tal cual los hechos, que al día siguiente, a ocho columnas, fueron muy comentados por la gente, y por supuesto, me valieron algunas felicitaciones.

    Si algo de periodístico puede aportar este texto, tal vez podría ser la emoción de conseguir la nota, la verdadera noticia, que impacta al lector, y lo que cuesta a veces obtener la información, en el lugar de los hechos. En esos tiempos, y hasta muchos años después, yo siempre dije que el oficio o la profesión del periodista, siempre avanzaba como las líneas paralelas, al lado del chisme. Como nos enseñaron en la escuela, las líneas paralelas, por más que avanzaban, nunca se juntaban. Hoy veo con tristeza como estas dos líneas han formado una "X", es decir, no solo se han juntado, sino que un lado ha invadido al otro y eso ha sido el acabose. Las redes sociales han sido la puntilla para que el periodismo, el verdadero, el de los hechos narrados y expuestos, tal cual, está en vías de extinción y en eso, siendo honestos, todos los periodistas hemos tenido la culpa, algunos por intención y otros por omisión.